Hola, hermano. Agradezco y bendigo tu compañía. Namaskaram.
Hoy quiero compartir contigo una enseñanza que recibí de uno de mis Maestros y que amplió mi comprensión en varios aspectos, como verás al final.
Desde niño escuché a mis mayores decir que «cada hijo nace con un pan bajo el brazo». Para ellos cada hijo significaba una bendición que se manifestaría cuando crecieran, en forma de más brazos para trabajar la tierra (si eran campesinos), compañía y cuidados para los mayores cuando sus fuerzas menguaran, etc.
Con esta expresión se daban ánimo cada vez que nacía un hijo y la situación económica era difícil, con estas palabras reforzaban su esperanza en un futuro mejor.
Un día, después de la meditación, le conté a mi Maestro que estuve contemplando la hermosa sonrisa de una bebé y sentí una profunda ternura, una sensación de paz y reconciliación con la Humanidad entera, y mi Maestro me dijo «ese es el pan que cada bebé trae para repartir».
Al ver mi sorpresa por el uso de la expresión con ese enfoque, él me explicó.
«En el corazón de todas las personas hay muchas heridas, causadas por quienes han tenido trato con ellas, comenzando por sus padres y demás familiares. Esas heridas producen resentimientos y amargura, un constante deseo de venganza que conserva su sordo rumor por debajo de la bulla de las risas de cada día, un desasosiego en el cuerpo que no permite el disfrute pleno en ningún momento… Nunca se disfruta de felicidad completa.
«Cada persona siente, al encontrarse con algún relacionado, la sombra del recuerdo de esa mala situación que vivió con él y de la cual, por supuesto, considera culpable al otro, y a sí misma se considera víctima. Aunque hayan acordado perdón y paz, la herida permanece ahí.
«Cuando el niño sale de casa encuentra otros niños, en la escuela, por ejemplo, y los acoge con alegría y sin prevención, hasta que aparece algún disgusto, ofensa o pelea que deja otra herida para su colección personal. En cada ocasión de dolor los adultos que lo rodean le repiten que «así es la gente» y es mejor que no sea ingenuo y confiado.
«Después de un tiempo el joven empieza a recibir con prevención a cada nuevo conocido, va confirmando que en cualquier momento puede aparecer el engaño, el agravio, la traición, y su corazón se va endureciendo. Cada día crece su listado de razones para no confiar en los demás y se va cerrando su pecho, ya no brotan abrazos con tanta frecuencia.
«Este recorrido por las mismas estaciones se repite miles de veces a lo largo de la vida, con la mirada puesta siempre en las actuaciones negativas de los demás y, en el peor de los casos, al final obtenemos un viejo que maldice al mundo y a la Humanidad entera, que desea que la muerte llegue pronto para liberarlo «de este infierno al que nunca pedí venir».
«Sin embargo, a lo largo de toda la vida la Gracia estuvo ofreciendo siempre medicina para esas heridas, en forma de bebés que nacen absolutamente indefensos, libres de mala intención o malicia, y con el corazón rebosante de amor y alegría. Llegan para sanar a todos los que estén en su entorno familiar.
«Puedes ver por todas partes los milagros del Amor que reparten los bebés permanentemente, incluso mientras duermen candorosos e irradian su confianza absoluta en la vida, su paz infinita, su armonía con el universo.
«Ves viejos gruñones, detestados por todos, que empiezan a derretirse ante el nieto que sonríe; ves hijas rebeldes e insolentes que vienen ante sus madres, con sus bebés en brazos, a pedir perdón y agradecer la vida y los cuidados que antes despreciaron; ves asesinos que acallan su arma cuando encuentran un bebé que duerme en su cuna… Son los milagros del Amor que va tocando y sanando corazones.
«Si no existiera este florecimiento constante de bebés inocentes y amorosos por todas partes, la vorágine del odio nos hubiera consumido hace mucho tiempo».
Mi Maestro calló y me miró con una suave sonrisa. Yo estaba absorto en mis pensamientos, revisando todas las situaciones similares a su narración que había vivido o presenciado. Me incliné hacia él en gesto de despedida y me fui hacia mi habitación; allí estuve mucho rato considerando todo lo que había oído.
Volvieron a aparecer ante mí los amigos que fueron desleales conmigo, los amores que me hicieron llorar, las injusticias familiares que me hicieron sentir abandonado, confundido y rencoroso… Llovió nuevamente el llanto que durante tantos años mantuvo enmascarado mi corazón y mis ojos naufragaron… Lloré un rato largo, muy largo, y me quedé muy quieto y un poco adormilado.
Entonces apareció nuevamente la sonrisa absoluta de la bebé y mi ánimo se reconfortó, fue como aire fresco que secó mis ojos y disolvió mi tristeza. Ya no me parecieron tan terribles las faltas que hace unos minutos me habían hecho llorar. Ahora sólo quería volver a ver a la bebé para que me aplicara otra cura de sonrisas. Sin darme cuenta, yo también estaba sonriendo.
Me levanté para ir a las labores del día y elevé una plegaria por toda la Humanidad para que logremos aprovechar la Gracia que nos es concedida con cada bebé y sanarnos, en lugar de insistir en convertirlos a ellos en seres amargados y tristes como nosotros.
Ese día pude comprender con mirada espiritual un aforismo que mis mayores siempre expresaron pensando en alimento material; se podría afirmar que lo decían «con la boca del estómago» 😀.
Desde ese día veo a los bebés con reverencia de discípulo ante el Maestro que ha llegado para darle otra lección de Amor, Alegría y Armonía con el universo.
Te agradezco mucho, querido hermano, tu compañía en este rato. Te deseo otra semana de mucho Amor y bastantes sonrisas de bebé, hasta nuestro próximo encuentro. Te bendigo.
Como siempre, espero tus comentarios. Procuraré responderte dentro de las siguientes 24 horas. Conversemos.
Namasté.
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